martes, 23 de enero de 2024

Molestia

 por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com


“¿Estás molesto?”, me preguntó Diana por n-ésima vez, (n >= 4).


“No lo estoy”, respondí secamente.


“¿Seguro?”, preguntó Diana.


“Si lo estoy”.


“¡Entonces por qué te veo molesto!”, dijo enfáticamente Diana.


“Has dicho qué soy un sociópata, por lo que es claro qué cualquier cosa que te diga te parecerá como si estuviera molesto”.


“Mmmm…”, dijo Diana. “Pero he dicho qué eres un psicópata”.


“Es cierto… Lo has dicho…”, comenté con escaso interés en mantener una conversación con ella.


“Eso quiere decir que sí estás molesto. ¿Por qué estás molesto?”, volvió a preguntar.


“No estoy molesto”, volví a decir.


“¿Te ha molestado qué haya descubierto qué eres un psicópata?”, preguntó Diana.


“Puede que así parezca a los ojos de las personas. Un psicópata o un sociópata. Sin embargo qué me lo digas no me incomoda. Cuando me preguntaste sí apretaría el botón para matar a una ser humano del qué no conozco nada, te dije claramente que lo haría. Hacerlo no me haría sentir ningún remordimiento, ni pena o algún tipo de emoción positiva o negativa”.


“Entonces, ¿qué mostrará tú antipatía con los seres humanos te ha molestado?”, preguntó Diana con una ligera sonrisa que parecía mostrar que disfrutaba con intentar hacerme molestar. Hace más de 10 años que la conozco y siempre que tiene oportunidad lo intentaba. En algunas ocasiones fingía que lo lograba, pero a pesar de ello ella seguía insistiendo en seguir molestando.


En esta ocasión, al llegar de visita a casa, dónde vivía con Marceline, inmediatamente al verme me realizó un pequeño test para entender si era un psicópata. Me había planteado que imaginara la situación de qué ‘alguien’ me ofrecía hacer realidad ‘un único deseo’ si apretaba un botón que mataría a una persona (humana) de la cual no sabía nada. Le respondí, después de un rápido y amplio análisis, que yo apretaría el botón. Ella reaccionó con sorpresa y me dijo: “Eres un psicópata”. Comentó que a todos los demás (otros seres humanos) a quienes había preguntado sobre ello respondieron que ‘no apretarían el botón’.


Al principio, le había seguido el juego ya que sabía que era su usual comportamiento para molestarme. Aunque mi respuesta no tenía nada de falso, era mi respuesta a su pregunta. Una respuesta honesta.


Durante toda la tarde siguió insistiendo en saber si me había molestado su comentario sobre mi incapacidad de relacionarme con otros humanos y mi falta de convivencia con ellos. Ambos aspectos lucían como lucían, pero el por qué de ellos nada se debía a una animadversión a los seres humanos. Es usual que otro ser humano considere los mismos puntos de referencia para describir algo que ellos mismos llaman misantropía y que al mismo tiempo sean ellos quienes practican la antropofagia, de manera directa o simbólica. Es notorio observar que al mirarse en el espejo se consideran capaces de asimilar todos los detalles sutiles que los forman. Como es usual, ellos siempre son demasiados humanos.


Además, consideran qué los límites de las decisiones están acotados por ese sentido de superioridad que los desborda. Considerar los resultados más amplio de las decisiones no es algo qué consideren los humanos, ya que todo lo qué pueden ser es ser humanos y ello va en un sentido diferente a la manera en que la Realidad o la Vida, de naturaleza no-humana, se están moviendo. 


Aquel día, cuando ya después de olvidar el incidente. Me quedé pensando en cómo ampliar la explicación de mi respuesta. Era claro qué poco importaba hacerlo, Diana, en cualquier caso, no sabía escuchar. Se limitaba a los límites usuales de los humanos de una época y tiempo limitados, los cuales en realidad carecían de fronteras. Si alguien me hubiera ofrecido la oportunidad de pedir un único deseo a cambio de una única vida humana, de la qué no conocía nada (aunque no creo qué saber de ella tampoco habría de cambiar mi respuesta), habría obtenido algo singularmente agradable.


Marceline ni yo éramos humanos, algo obvio para cualquiera que no fuera humano. Algo importante a tomar en cuenta para una decisión respecto a la oferta que se me ofrecía. Al pedir que todos los seres humanos desaparecieran, daría cómo resultado, primero, que ese valor ‘moral’ sobre la vida de los otros (humanos) desaparecería, así que mi decisión no podría llevar a una conclusión de que yo fuera un sociópata o un psicópata. Segundo, hay que notar que nadie (otros humanos) se vería afectado por la desaparición de una vida, no habría nadie para sufrir o regocijarse. Habría un mundo más silencioso, dónde los ruidos de las aves, el murmullo del aire entre las hojas de los árboles, el golpe tenue de las pisadas sobre el suelo de las hormigas y alacranes podrían escucharse claramente, como si el mundo entero estuviera en una larga y tranquila noche de verano.


La racionalidad de mi decisión, claramente no-humana, trataba de obtener un resultado óptimo en términos de la mecánica de los ecosistemas complejos. Al menos para mí y Marceline los resultados posibles eran ‘prometedores’ para tomar con seriedad la cuestión.


Al pensar en ello, me percate qué había otras posibilidades de cómo usar un único deseo a cambio de una única vida. Todas las estrategías y posibles resultados que pensé, antes de caer dormido, me parecieron suficientemente buenos e interesantes para un costo tan bajo, una característica que se busca al resolver analíticamente un proceso de optimización. Mi último pensamiento fue consultar a Marceline sobre este problema. Ella, claramente, tenía una visión más amplía y podría encontrar estrategías más sofisticadas para obtener resultados más apropiados (para los seres en general).

miércoles, 27 de diciembre de 2023

No tenemos mucho qué hacer el día de hoy (parte 6, final)

por Paul C. M.*

* alef28bet@gmail.com

 

***


A Marceline y Sophie les gustaba tomar el sol. En el club de ‘Investigación sobre las inteligencias no-humanas’ existía casualmente un balcón donde la luz del Sol daba agradablemente. Habiendo conseguido dos sillas de playa de madera, muy bien construidas, en los días en que el cielo estaba despejado y el calor de la luz reconfortaba la piel, las dos, vistiendo unos trajes de baño, que algunos describirían como provocativos, se sentaban a tomar un baño sol. Al preguntarles por qué hacía eso, ahí en medio de la universidad, me respondían con su clásica vibrante energía: “No podemos estar desnudas, te pondría más nervioso de lo usual”. Se reían y luego agregaban: “El Sol alimenta a nuestros cuerpos. No somos muy diferentes de plantas”.


Es complicado negar lo que se ve y la manera en que físicamente un cuerpo reacciona ante ciertos estímulos. Mientras ellas sólo disfrutaban del calor que reconfortaba sus cuerpos y les hacía sentir bien, yo miraba hacía otro lado, efectivamente, tratando de no estar tan nervioso.


A veces pensaba que, posiblemente, ellas eran una creación de Stephanie o del mismo Orucso. Máquinas excéntricas de cuerpos bien definidos. Lo cuál me lleva a meditar sobre la variabilidad de los seres. ¿Qué diferencias sustanciales habría entre cuerpos amorfos o de perfectas simetrías? Era claro que la presión de las diferentes fuerzas que rodean a un objeto son condiciones físicas que deben considerarse para poder contener a una mente que constantemente procesa información. Pero, ¿era necesario utilizar trajes de baño tan atrevidos para qué estas se sintieran cómodas? Es cuándo te preguntas sobre el significado de la inteligencia, ¿la capacidad de resolver problemas o la capacidad de complacerse a uno mismo? Lo realmente desconcertante es que cuando Stephanie nos visitaba en el club y ellas estaban tomando su baño de sol, ella se les unía. Tres cuerpos simétricos y de características con proporciones áureas se sentaban en el balcón de un edificio de una prestigiosa universidad a tomar el sol para relajarse y disfrutar de una tarde en que no es necesario pensar en el fin de la existencia. Aunque, decir esto sería una pequeña exageración, ya que lo más inusual era, que a veces cuando me sentía tan cansado o deprimido, me les unía. Cuatro cuerpos, de aparente simetría, se recostaban a tomar un baño de sol.


Otras veces cuando recordaba lo nervioso que me ponía observar las cosas simétricas, me quedaba dentro y conversaba con Orucso, quién usualmente acompañaba a Stephanie. Le pedía que me contará sobre su existencia. Cada una de sus historias emocionaba mi mente. Era uno de los tres individuos en toda la historia de la civilización humana que tuvo la oportunidad de escucharlas. Y entre más extravagantes, más feliz me sentía de existir en aquel tiempo y espacio.


Había otra actividad que les gustaba realizar en grupo a las chicas, a la que no dudaba en unirme, aunque nunca pude seguirles por mucho tiempo el ritmo. Correr el circuito que rodea al instituto.


El circuito era un sendero que rodeaba a toda la escuela y que estaba delimitado por un muro de árboles bastante altos. Sus copas se habían extendido tanto que cuando uno iba por el camino, el techo verde siempre lo protegía del exceso de sol o de lluvia.


Al igual que cuando ellas tomaban el sol para relajarse, al correr por el circuito mi cuerpo se liberaba de pequeñas fuerzas que tensaban los músculos innecesariamente y que generaban molestia y cansancio. El exceso de aire fresco que provenía de las hojas de los árboles, entraba a mis pulmones acelerando mis pensamientos inducidos por las conservaciones con ellos. En más de una ocasión esos paseos me ayudaron a resolver las tareas simples que debía cumplir para las asignaturas escolares. Además, asentaban mis emociones y así las ideas que Marceline, Sophie, Stephanie y Orucso introducían en mí se mezclaban, separaban o se fundían para dejarme ver lo que posiblemente nunca, en toda mi vida o la vida de este planeta o el de la galaxia misma, hubiera imaginado por mi mismo.


Los cuatros disfrutábamos correr por el circuito. Solíamos dar entre cuatro o cinco vueltas. Usualmente a la tercera ya no podía seguir el ritmo de Marceline y Sophie. En la cuarta, bajaba mi velocidad para poder completarla decentemente. A lo tanto ellas, más animadas, comenzaban a emocionarse en esa vuelta, ya que era la hora de competir entre ellas y ver quién me alcanzaría desde atrás. Se divertían tanto haciendo esa pequeña carrera. 


Me sorprendía la cantidad de energía que desbordaban, considerando que el circuito tenía una longitud de 8 kilómetros. En el momento que partían, me decían que ‘era hora de romper las limitaciones’ y luego, con esa jovialidad que siempre manifestaban, salían disparadas. Aunque nunca pudieron ganarle a Stephanie, cuando ella decidía unirse a la competencia. Cuando no participaba en la carrera, se quedaba a acompañarme para animarme a completar las vueltas.


Disminuir el ritmo me permitía ir conversando con Stephanie. Hablábamos de diferentes cosas, algunas triviales, otras no tanto. Ella solía contarme sobre las últimas cosas que había aprendido de Orucso. A pesar de lucir como una chica de nuestra edad, ella había conocido a Orucso hace 50 años (en el tiempo físico sobre la Tierra), aunque el tiempo que había permanecido con él era mucho, mucho más largo. Su cuerpo ‘humano’ ya no cambiaría, al menos hasta que ella lo deseará. Orucso había activado algo en él para que adquiriera la capacidad inusual de sobrevivir a muchos ambientes adversos, entre ellos al paso del tiempo. Una característica latente que sus ancestros habían colocado en ella, una de entre una infinidad más de extravagancias.


Stephanie me preguntó en una ocasión qué pensaba hacer con mi vida. Todas las cosas que Orucso me contaba, en primera instancia, se podían asimilar sólo de forma ficcional. Es decir, como si todas ellas fueran narraciones de ciencia ficción. No era fácil vislumbrar la lógica de los objetos que se mueven. Es algo similar a cuando uno escribe una expresión matemática en la que se ha condensado una enorme cantidad de información y que para ser comprendida se requiere no sólo de saber leer los ‘criptosímbolos’, además es necesario una madurez técnica, que se adquiere después de bastante tiempo. A su pregunta de Stephanie, sólo le pude responder que me gustaría tener una vida tranquila en la que pueda tener mucho tiempo para seguir pensando en las historias que ella, Orucso, Marceline y Sophie me contaban. Al escuchar mi respuesta, se rió alegremente y me dijo “¡Sufres de Chūnibyō (中二病)!”. Sus palabras hirieron un poco mi orgullo, pero entendía a lo que se refería, por lo qué agregué, “No creo que sea una mala condición”. Luego, le pregunté a ella qué es lo que haría en el ‘futuro’. 


El futuro para ella se volvía ‘incierto’, no por la incertidumbre en sí misma de él, si no por saberse con la posibilidad real de enfrentarlo. Había decidido que al terminar el periodo universitario de Marceline y Sophie se iría del planeta. Orucso la llevaría a dónde ella quisiera, todo era parte de lo que él debía hacer para cumplir el trabajo que se le había asignado. Ellos habrían de permanecer juntos por ‘algún tiempo más’, al menos desde mi propia perspectiva eso representaba una magnitud demasiado grande. Por ello la noticia me sorprendió. Ella podía estar aquí 50 años más, mil años más, tal vez permanecer hasta que el planeta o el mismo Sistema Solar desapareciera por completo. Ninguno de esos intervalos tenía un significado por sí mismos para seres como ella y Orucso. Vivían siempre el momento presente. Todo aquello que la conmovía, desde una perspectiva que se había vuelto un poco más cercana a la de Orucso, lo podía recordar con tanta claridad. Todas las cosas vivas, maravillasas e incluso innecesarias, habían sido registradas y bellamente colocadas, con una delirante exactitud, en un diminuto lugar en la ‘cabeza’ de Orucso. Cuando ella se lo pidiera, una vez que su cuerpo hubiera recordado cómo ‘memorizar’ y ‘recordar’ como lo hacían sus ancestros, ella guardaría esa información para así. Y, cuando lo deseará, sería capaz de recrear un mundo hermoso sin el sufrimiento de seres triviales como nosotros.


“¿Ya les has contado a Marceline y Sophie sobre ésto?”, le pregunté.


“Claro”, me respondió. “Me han preguntado si existía la posibilidad de ir con nosotros”.


“¿En serio?”, dije sorprendido, no por saber que querían irse, si no por ser consciente de la posibilidad de que podría quedarme sólo, algo que me hacía sentir realmente triste. “¿Qué les has respondido?”.


“Que las llevaría conmigo siempre que ellas pudieran olvidar su humanidad”.


“¿Qué han dicho?”


Me miró y la expresión de su rostro daba entender qué la respuesta era obviamente clara, sin embargo dijo: “Ya lo han hecho”.


“Ellas naturalmente podían dar ese paso fácilmente”, enfatizó Stephanie.


En efecto. Era claro que ellas, hace tiempo, habían comprendido cómo deshacerse de ello. Asimilaron la idea de que la realidad tal como se presentaba para ellas en este planeta no iría más lejos de simplemente ocupar un lugar en el espacio. La civilización humana no iría más allá del sencillo hecho de haber ocupado un espacio y un tiempo determinado. Nada de lo que hiciera cambiaría tal cosa. Para Marceline y Sophie, que reconocían este estado, no les parecía que fuera el fin o el principio de algo. Aceptaban, que nada de lo que pudieran lograr en el reducido tiempo que tenían con los escasos recursos de su imaginación, no agregaría ningún valor a la humanidad y tampoco a lo que ellas eran. Reconocer la vulgaridad de sus vidas y de la de su civilización, no les entristecía y tampoco las alegraba, simplemente era la posición adecuada en la que la misma realidad las había colocado. Y, a pesar de ello, de esa futilidad, querían seguir imaginando y disfrutando de soñar que podían ser diferentes. Ello las llenaba con ‘miedo’. Un ‘miedo’ que no podría ser entendido por los usuales humanos. Ese sentimiento que experimentaban eran tan diferente a lo terráqueo y sólo podía ser apreciado por algo exoterráqueo.


Como era de esperarse, las casualidades se dan a veces por el simple hecho de qué suceden y, tal como suele pasar, son reconocidas por quién las busca sin esperar encontrarlas. La entidad del Vacío Central había colocado a Stephanie en este planeta y en este planeta conoció a los seres humanos y creció como uno de ellos. Con el tiempo descubrió que ningún de los seres que conforman a esta civilización parecía tener algo especial. No poseían nada lo suficientemente interesante más que sólo ser parte de un ejemplo estadístico de la vida en un lugar tan enorme como era el universo. Cuando comprendió a plenitud el verdadero sentido del ‘sufrimiento’ de estas criaturas humanas, se preparaba para irse del planeta. Pero al igual que sucedió conmigo, cuando Marceline y Sophie me encontraron, ella las había encontrado. Lo que la hizo muy feliz. Por su lado, ellas al presentarse frente a Stephanie pudieron ver claramente que las cosas excepcionales aparecen cuando se permite realizar un experimento un billón de billones de veces. Así había surgido ella misma, sus ancestros y Orucso. Todos los demás individuos sólo podían aspirar a ser ‘felices’. Una tarea que resultaba ridículamente sencilla. En el caso de los seres humanos, a pesar de la simpleza de esa tarea, el número de ellos que ‘sentían’ este hecho era muy reducido, aún tomando en cuenta su pasado, presente y futuro. El número de individuos humanos que comprendía a cabalidad la condición inmutable de su civilización era a lo más 3.


Estos 3 individuos demostraría lo que Orucso le había enseñado. “El sufrimiento es un acto de violencia natural. Puedes creer, ilusoriamente, que estos seres pueden evitarlo a través de sus emociones y su inteligencia. Aunque estos atributos no son reales para ellos. Han creado una noción ‘humana’ de lo que deberían significar. Lo que de facto significa que lo que creen poseer es sólo una ilusión endeble. Ridícula. Este comportamiento es un fenómeno amplío que no sólo se aplica a ellos, si no a muchas otras civilizaciones. Aunque, es necesario decir, que las cosas no funcionan de acuerdo al deseo particular de algo, así que al repetir tanto un ensayo es de esperarse obtener algo excepcional. Y a pesar de que abundan seres tan particulares, usualmente se mantienen ocupados en sus propias cosas. Es natural que esto sea así. Ellos son extrínsecos a las civilizaciones donde nacen”.


“Has de notar que ello no es ‘egoísmo’, es la ‘violencia natural’ del azar que conforma a gran parte de la realidad”.


“Tus ancestros mismos han tenido que lidiar con ello. No es una tarea simple tratar de salir del orden natural de las cosas”.


“También es necesario que comprendas que esos seres singulares que pueden a aparecer en civilizaciones caducas, no tratarán de salvarla, no tratarán de ayudarla, no tratarán de corregirla. Sabrán y aceptarán, en la profundidad de lo que los define, que en su alma habrá un deseo de lo ‘real’ y ‘acertado’. Negar lo qué son. Negar su condición inicial. Desearán salir de su realidad. Desearán ir a un lugar fuera de ella. Donde su vida tenga valor por sí misma. Donde su sufrimiento realmente signifique algo”.


‘Casualmente’ Stephanie se encontró con Marceline y Sophie. Con lo que logró sentir las palabras de Orucso. El encuentro con aquellos dos seres humanos, que deseaban ser diferentes, le había ayudado a entender lo que Orucso le había dado desde su primer encuentro. Coherencia. Ahora sabía que eventualmente tomaría el mismo rol que él tenía con ella. Enseñaría a Marceline y Sophie cómo ver el movimiento de los objetos con una mayor amplitud y profundidad. A Stephanie le alegraba saber que tenía la capacidad de instruir.


La manera simple y directa de las palabras de Stephanie me hicieron sentir desolado. Era consciente de que ellas nunca dudarían de tomar aquella oportunidad. El mayor de sus deseos se había vuelto plausible desde el primer momento en que estrecharon la mano de Stephanie. Aquel paso inicial había dado lugar a otros. Ahora, como era natural, se debía seguir caminando. Dejar su mundo vacuo para ir al vacío del espacio.


Mi natural condición humana me inducía a sentir desolación. Saberse escuchado y desear escuchar a otros, son cosas que los seres humanos necesitan, aunque realmente nunca sean lo suficiente honestos para sentir las palabras de los otros. Mis amigos se irían y mi incapacidad de alejarme de mi propia humanidad, como lo habían hecho Marceline y Sophie, tal vez me llevaría a no volver a verlos.


Sin aquello que te hace feliz, sin aquellas historias, sin esos seres ficcionales que modulan las emociones que no comprendes y te orientan por un espacio lleno de información que desorienta, la vida, mi vida se reduciría a un tiempo muerto. De simples objetos en movimiento, que cambian de posición por la inercia de una realidad que los obliga a vivir. Regresar a un tiempo en qué no era nada y nada sería. Esa parte egoísta de mí era lo que más me agobiada.


Al recordar las emociones humanas que invadieron mis pensamientos en aquel momento, no puedo evitar sentirme avergonzado de la manera infantil en que uno llega a comportarse. Mi civilización nunca llegaría a ser más que un pequeño niño haciendo un berrinche por un simple dulce que la complacería por un brevísimo instante.


Marceline y Sophie habían visto algo en mí y reconocieron que podría ser diferente y gracias a ellos y las cosas que Stephanie me explicó más tarde, logré madurar un poco.


Cada día y hasta el día en que todos ellos partieron, disfrute de su compañía.


Cada acción, cada conversación, parecía vivirse en ese único instante presente en el que se presentaban. No me preocupaba el pasado o el futuro, por qué de alguna manera ese acontecimiento de estar con ellos había concentrado esos tiempos en el ahora.


Un tiempo antes de que partieran, organizamos una caminata por la zona boscosa de la ciudad que se encuentra en el sur. En aquella ocasión, Orucso estuvo ausente. He de decir que cuándo sólo estábamos las chicas y yo el ambiente era ‘más divertido’, en el sentido de que podíamos compartir la ‘diversión’ casi en el mismo nivel. Las formas de Orucso eran simplemente diferentes. Así, las chicas y yo disfrutamos de los árboles, el viento, la compañía de los animales silvestres, de la noche fría y decorada con estrellas.


En la primera noche, mientras estábamos sentados alrededor de una hoguera, conversábamos sobre los otros viajes que habíamos realizado. Muchas risas y bromas. Luego, poco a poco, la conversación se fue desviando a la cuestión de su partida. Comenzaron a darme detalles de las cosas que harían y de lo que esperarían encontrar en su camino. Sophie, repentinamente, me dirigió unas palabras.


“Taxk. Es claro que vamos a extrañarte. No vamos a expresarte lo que sentimos con ninguna palabrería cursi. Las emociones humanas son cosa de los humanos”.


“Quiero recordarte que, durante todo el tiempo que te quede de vida, encuentra la manera de destruir aquello que te sigue ligando a nuestra civilización. Marceline y yo creemos en tus capacidades y en la claridad de lo qué imaginas que quieres ser. No nos sentiremos tristes si fracasas en alcanzarlo. Pero no podemos negar que sería grato que en un tiempo improbable del futuro, volviéramos a vernos. Ello sería, tal vez, una de las cosas más fantásticas de nuestras vidas”.


“Espero que seas capaz de hacerlo”.


“Deje de ser un tonto”, intervino Marceline. “No llegaste aquí por tí mismo. Tampoco lo hicimos nosotras. Es como siempre. Algo juega con nuestras vidas y nos coloca en posiciones extrañas con seres extraños. Siempre sucede de esa manera”. Hizó un gesto con sus hombros así arriba dando a entender qué era así y preocuparse de ello sería tonto.


“La incapacidad de nuestra civilización de reconocer su propia parvedad, la lleva a equivocarse siempre. Naturalmente esto no puede ser de otra manera”.


“Tú estás aquí por una mera casualidad. Lo que hay en ti es el resultado de un previsible y muy posible movimiento inducido por otros seres. Nada nos hace especiales. Tenemos el deseo de ser diferentes, pero en ello está también la imposición y superposición de los movimientos de los otros”.


“Deja de ser un tonto”.


“Es difícil reconocer lo qué naturalmente somos”.


“Destruye tú humanidad y alejate de todo esto”.


“¡Deja de ser un tonto y comienza tú camino para salir de todo esto!”.


“Al mirar al cielo”, dije cabizbajo. “Veo las estrellas cambiar de brillo. A pesar de su lejanía es posible notar aquello. Entonces, me digo a mi mismo que ahí está. La entidad que juega con lo que siento. Que me coloca aquí y allá por el simple hecho de observar mis reacciones y lo que puede surgir de las variaciones que coloca frente a mí”.


“No dejó de sentir aquello que me mantiene en este planeta, en esta realidad”.


“Me gustaría en este instante ser capaz de hacerlo cenizas. Aunque probablemente seguiré negando que está en mí”.


“¿Cómo es posible ser tan arrogante?”, al formular la pregunta unas pequeñas lágrimas salieron de mis ojos.


“No sé si logres deshacerte de ello”, dijo Sophie. “Te hemos enseñado tanto cómo hemos podido. Has tenido la oportunidad de ver cosas que no existen. Me gusta pensar que lo lograrás. No importa si es una mentira o una verdad. Sólo es algo que deseo creer y lo seguiré deseando hasta volverte a ver. La distancia que nos separará desde hoy seguirá siendo finita. Sabemos qué no seremos capaces de salir de la realidad y es probable que tampoco Stephanie lo logré. El mismo Orucso tiene sólo una infinitesimal posibilidad de lograrlo. Sin embargo, sería tan divertido hacer algo tan inútil como esto contigo…”.


“Hazlo…”, dijo al final Marceline en un suspiro.


Stephanie no dijo nada durante aquel momento. No intervino en la conversación de unos simples humanos que esperaban convertirse en algo diferente. Estaba ahí para observar a Marceline y Sophie, sentir su alegría por salir de un mundo que una vez creyó que debería recomponer.


Este mundo no era nada y nada especial tenía. Había crecido en él y conocido el sufrimiento de los seres que lo habitaban. Ese ‘sufrimiento’ sólo era una noción humana que no correspondía a algo con la suficiente relevancia.


Ahora, disfrutaba de saber que podría enseñarle a Marceline y a Sophie a ser diferentes, a ser no-humanos. A ser más reales.


Luego, Sophie, con su clásica jovialidad, saltó de su lugar y sacó de su mochila una bolsa de malvaviscos. Nos dió unos cuántos a cada uno de nosotros. Después de comerlos, volvimos a platicar de nuestros viajes. De las cosas qué ellas harían en otros mundos. De las cosas que haríamos en el breve instante de tiempo en que los cinco todavía estaríamos juntos.


Marceline y Sophie me comentaron que estaban preparando varias cosas que me dejarían. Cosas que las habían definido como unos ‘humanos excéntricos’ y que eventualmente se convertirían en objetos que seres no-humanos habían dejado en un planeta de paso.


La noche fue alegre y divertida.


Al día siguiente, el viaje siguió con el mismo ánimo.


Al regresar, día tras día nuestros encuentros continuaron siendo pura diversión.


Eventualmente llegó nuestra graduación.


En el mismo balcón en que tomaban sus baños de sol, nos despedimos.


Mientras todos mirábamos el cielo azul, libre de nubes, con un sol acogedor, se esfumaron como un sueño al despertarse. Entré al interior del club. Había varias cajas en las que se habían guardado las cosas que habíamos reunido en ese lugar durante esos cuatro años. Comencé a sacarlas para llevarlas a mi casa.


Mi vida continuó.


Conseguí empleo. Organicé anónimamente algunas revueltas sociales. Escribe algunas historias. Conseguí mi propia casa. Me hice de un amigo caudrúpedo. Seguí una vida simple, tan humana. Parecía que seguía sin entender cómo deshacerme de aquello que me hacía tan humano. No podía resolver el problema.


Era alguien que había aceptado su fracaso.


Pero en todo este tiempo, sólo estaba profundamente confundido por aquello que no lograba terminar de comprender.


Quince años pasaron desde que ellos se fueron.


Luego, súbitamente, como dijo Orucso, las cosas inesperadas siempre suceden, con una regularidad tan común, con una trivialidad inusual, que las hace muchas veces irreconocibles. Sin aquellas irreales enseñanzas de Marceline y Sophie no hubiera sido capaz de reconocerlo cuando sucedió.


***


“¡¿Causaste las revueltas en Túnez, Perú, Bolivia y Egipto?!”, preguntó sorprendida Viridiana. 


“Así fue…”, le respondí secamente.


“¡Cambiaste muchas cosas! Pero es cruel saber qué sólo lo hiciste por qué te sentías aburrido”, dijo con molestia. “La cantidad de personas que murieron en las protestas. En Perú, la violencia policial contra los indígenas fue brutal…”.


“Al principio lo fue…”, la interrumpí.


“En los otros países no fue diferente. Militares contra gente armada con sólo piedras y palos. Tantos muertos... ¿Cómo es posible qué ello sólo haya sido por qué te aburriste?”. Se observaba molesta. Note que quería decir algo, pero calló.


Con un leve movimiento de sus labios, la palabra ‘inhumano’ salió de sus labios. Al escucharla de su propia voz, se sentó en el sillón y dejó caer su cabeza al frente demostrando qué estaba agotada. La idea qué la palabra representaba cayó fuertemente sobre ella.


“Tal vez sigas creyendo que en mi interior existe algún tipo de pena, disgusto o sentimiento de miseria, por mis acciones. Nada de eso. No tengo ningún remordimiento por ellas. Tampoco me interesa saber cuánto tiempo aquellas cosas qué provoqué puedan durar. Nada. Para mí sólo se trataba de observar lo qué sucedía cuando ciertas partículas se mueven bajo ciertas condiciones. Sólo eso y nada más”.


Escuchar aquello, de la forma en qué lo dije, como si pronunciara la expresión ‘hoy’, ‘ayer’, o ‘mañana’, con una naturalidad vacía, irritó a Viridiana, aunque también le hizo sentir una profunda tristeza. Ella no sabía cómo poder controlar sus emociones. Cada aspecto adicional sobre mí la confundía y desorientaba. Perdía la coherencia de lo qué significaba su existencia. Un sentimiento que imaginó una vez tener y que ahora realmente experimentaba. Era ‘notable’ como mis palabras cambiaban cosas en su alma. Al pensar en ello me preguntaba cuál era el significado de ello que debía tomar para mí.


En Túnez, la muerte a lo bonzo de Mohamed Bouazizi, un simple vendedor de frutas, había causado la ira del pueblo tunecino contra el gobierno, uno igual de corrupto y represor como cualquier otro en el planeta. La gente común de ese país sentía que su esperanza en el futuro había sido robada por un grupo reducido de personas que creían poseer el dominio sobre sus vidas. La miseria a la que se sometían a diario tenía como única justificación absurda el que ese grupo tuviera el honor de considerarse a sí mismo como seres superiores, bendecidos para qué se les sirviera.


La muerte de Bouazizi había hecho que la desesperación del pueblo de Túnez reventará. No era posible contener tanto dolor en sus miserables almas. Las personas necesitaban saber qué lo que hacían en el presente significaba algo para su futuro. Su amargura se transformó en ira, protestas, gritos, bombas molotov con las que se incendiaron importantes edificios gubernamentales y mazos que derribaron monumentos históricos, que habían sido colocados por la dictadura. ¿Qué conseguían con todo ello? ¿Un futuro donde todo ese dolor significará algo de felicidad?


En Egipto sucedió algo muy similar. El lugar era considerado como uno de los semilleros de la moderna civilización humana, pero con el tiempo se había degradado a un lugar de inmundicia. En los dos últimos siglos el intervencionismo europeo blanco racista había monopolizado la cultura de más de cinco mil años de esa región como de su pertenencia. Haciendo creer a los descendientes de los diestros constructores de las Pirámides, de los bibliotecarios de la majestuosa biblioteca de Alejandría, de los sabios matemáticos e ingenieros, que eran estúpidos y nunca podrían valorar ni entender el legado de sus antepasados. Y todo ello fomentado por un selecto grupo de egipcios, escogidos por la mano blanca, para justificar que esa era la forma correcta de vivir.


En Perú y Bolivia, los indígenas, considerados como individuos de tercera categoría, luchaban por las mismas razones. Que se les reconociera como seres cuyo cerebro tenía la misma capacidad de racionalidad que aquellos cuyo color de piel era más claro. A pesar de la obviedad de que ésto está en función de las condiciones ambientales del lugar donde se crece y no de la cantidad de problemas analíticos que se han resuelto. En otras palabras, esos cuerpos de piel oscura, con cabello negro, ojos opacos, no eran resultado de la degradación cognitiva, era la manifestación máxima de adaptación para sobrevivir a un entorno natural que intentaba hacerlos mejores. Como cualquier otro organismo sobre el planeta, que aprende y modifica su cuerpo para volverse más eficiente, más sofisticado. Un ser con un cuerpo tecnológicamente más avanzado para sobrevivir, tiene más probabilidades de dedicarse a la actividad de racionalizar lo que lo rodea. Los hombres de piel clara con un nihilismo exacerbado sólo conducen a la degradación técnica de la vida.


Aunado a la ineficiencia de la cultura blanca, la gula depravada de los mercenarios mercantiles, quienes insistían en evitar que seres mejor adaptados para el futuro prosperaran, había despojado a los indígenas de los recursos necesarios para subsistir. Este proceso de aniquilación les indujo a organizarse para hacer frente a su exterminio. A pesar de qué esto pareciera la defensa de la dignidad humana, hay que observar que la realidad de la naturaleza les obligaba a enfrentarse a este ambiente hostil para mejorar sus cerebros.


Todos estos estallidos sociales se presentaron al mismo tiempo. Una casualidad más. 


Por aquel entonces, ya tenía el control de los satélites Morelos I y Morelos II. En una noche, mientras estaba tendido sobre mi cama, sin poder dormir, me preguntaba en qué cosas podía entretenerme. ¿Qué hacer para distraerme? Vino a mi mente la discusión que había tenido, por la mañana del mismo día, con una chica del Perú de nombre Magdalena. Ella se asumía, así misma, como una ‘brillante científica’. Y para los estándares humanos, ella lo era, sin duda. Negarlo (dentro del contexto humano) sería una necedad.


Me habló sobre Haralder Helfgotter, quién actualmente vivía en Europa, como un ejemplo de lo notable que era la ‘matemática peruana’. Al escuchar ese nombre, fuí incapaz de relacionarlo directamente con el quechua o, al menos, con el castellano. No encontré la manera de ver la relación de un tipo educado al estilo europeo blanco con las antiguas deidades incas.


Magdalena sentía un orgullo exacerbado por Helfgotter, quién en Francia cocinaba ‘platillos tradicionales peruanos’ para el deleite de sus colegas europeos blancos, con los qué tenía más similitudes ideológicas.


Esta soberbia, tan naturalmente humana, de Magdalena me había molestado demasiado. Aunque me motivó a jugar un poco con las personas. Quería ver su comportamiento al cambiar un poco los ridículos sistemas sociales en los que se sentían bien.


Utilizando los satélites Morelos logré piratear más y hacer que todas las protestas multitudinarias, de cada una de estas regiones, se vieran a todo momento en el mundo entero. 


Como era de esperarse, las personas de vidas lisonjas se conmovieron con el dolor de los otros, por lo que exigieron a sus respectivos gobiernos ‘ayudar’ a las personas de aquellos lejanos lugares. Sin embargo, los políticos, que defendían los intereses de unas minorías, no hicieron casi nada. La inacción de sus gobernantes no molestó tanto a estos ‘nobles’ seres humanos que pensaban en los demás. Pero su malestar seguía en aumento debido a que no paraba de mostrarse las imágenes de la violencia contra una mayoría que quería tener más poder para intentar decidir el rumbo de sus vidas.


Los estados ‘ricos’ intentaron bloquear la información de las protestas, pero no lo lograron. No entendía cómo se podía transmitir masivamente todo ello sin que ellos lo pudieran controlar. Sus más afamados académicos, sus más diestros tecnólogos, sus más valerosos militares no pudieron neutralizar la dispersión de la información que describía el llanto, la furia, la miseria, el dolor,... la crudeza del sufrimiento de la mayoría.


Cuando comencé a filtrar información ‘sensible’ de los ‘reales dictadores’, que casualmente vivían en los países donde se encontraban la gente buena y noble que no quería ver a los otros sufrir, el mundo se estremeció. Utilizando un autómata artificial, con apariencia de ‘reptiliano’, cada día se transmitía de manera no-apropiada un programa televisivo en el que se leía y comentaba los mensajes personales e íntimos de las celebridades políticas y empresariales de todos los países del mundo. También se describían los movimientos de las policías, los militares y las milicias, de cada región, sus tácticas y sus acciones ilícitas. Toda la información en el idioma local. Lo qué más me gustaba era que por medio del espectro radioeléctrico (de la manera apropiada) se compartía conocimiento de cómo construir ‘sofisticadas armas de pacificación’ para las personas que participaban en las protestas multitudinarias. Estos utensilios de combate consistían en simples ensambles de piezas que se podían obtener en los basureros o en la cocina. Las ‘bombas apestosas’ o los ‘oxidantes instantáneos’ volvían casi inútiles las máquinas de represión. Las fuerzas del ‘orden público’ salían corriendo porque no podían tolerar el hedor del público común.


Mientras veía los videos de aquellos acontecimientos no podía evitar reírme. Era tan cómico ver a esos ‘robocops’ salir corriendo y tropezarse con todo para huir de los marginados.


Era claro que en todo lo acontecido, no se podía evitar que algunas personas u otros seres vivos u otros objetos terminarán siendo inservibles. Hubo bajas de todo tipo en ambos bandos. Percatarme de ello, no evitó que continuara con mi ‘juego’. Sin ningún sentimiento de pena o congoja, seguí moviendo a diferentes individuos y objetos para observar las reacciones, las acciones y, sobre todo, analizar la capacidad de aprendizaje de los contrincantes.


Hay que recordar lo acontecido en Lima, Perú, hace seis años. Cuando los indígenas súbitamente dejaron las protestas callejeras, en el momento en que estás alcanzaron su punto más violento. El gobierno peruano quedó en shock al ver las calles vacías o con ‘normalidad’. Sus planes de una represión masiva se habían quedado en el tintero. Las amargas formas en que los indígenas los habían humillado, creó un sentimiento de profunda vergüenza tanto para los perpetradores materiales como los intelectuales. De repente, cuando las piquetas estaban más templadas que nunca y los fusiles cargados, los ‘blancos’ se esfumaron. Fue en ese momento que el miedo de los gobernantes llegó a la paranoia. Como es usual, su terror no se basaba en saberse ‘culpables’, si no la incertidumbre de que el orden que creían correcto se desvaneciera.


Durante tres meses las calles de Lima lucieron como una ciudad que nunca hubiera conocido la violencia por el racismo.


Un día, en la plaza de Armas de Huamachuco, un tipo, con su característico sombrero de palma, se paró en el centro de la plaza y comenzó a practicar la oratoria. Alguien, posiblemente un compañero suyo, lo comenzó a grabar para que su discurso fuera transmitido y retransmitido por todo el país (y toda la Internet). Así, con la ayuda de un simple teléfono ‘inteligente’ y una buena dicción, su mensaje sorprendió al status quo. Como sacado de una historia ficción, lo que podía verse como una ironía, declaró que ellos, los indígenas, habían encontrado la manera de procesar los minerales de sus tierras para construir baterías ‘ultraeficientes’ de pequeños tamaños, que podrían fácilmente producirse en masa y adquirirse con la facilidad con que se da una bocanada de aire. Toda la energía eléctrica para los siguientes 200 años estaba asegurada para ser energía gratuita.


Como prueba de lo que decía indicó que desde hace seis meses atrás se había comenzado a negociar con varias empresas pequeñas y medianas en diferentes partes del planeta para comercializar la nueva fuente de energía portátil. Claro, ninguna de estas empresas supo quién o quiénes eran realmente los creadores de esta nueva y sorprendente tecnología, que tenía el potencial de cambiar el actual orden mundial. Además, agregó, en un tono socarrón, que adicionalmente a la super batería, tenían fórmulas para la creación de combustibles ‘ultra-concentrados’ que permitirían la construcción de naves áreas de uso comercial que podrían mover a las personas de todo el mundo por todo el mundo en minutos. Planteó la posibilidad real de la construcción de un ‘tren espacial Tierra-Luna’. Esto último, que sonaba a ciencia ficción, seguramente creó más escepticismo sobre la veracidad de sus palabras, pero fue entonces qué explicó que también se habían diseñado motores que funcionarían con este nuevos combustibles, con los cuales se haría realidad el viaje de pasajeros interplanetario. Al final, dijo que la información técnica para la ‘producción’ de estas cosas estaría disponible para todo el mundo, que quisiera fabricarlas, en los momentos pertinentes. Se había decido dar esta tecnología a todos, ya que ellos sólo planeaban fabricar estas cosas al inicio y por un breve tiempo (para generar suficiente poder económico), pues tenían planes más ambiciosos. Como se vería después, el costo de producir en masa y las ventajas que supondría la inesperada tecnología obligaría a cualquiera a usarla. Nadie podría negarse.


Al final de su exposición, el tipo del sombrero se despidió diciendo que el mundo ya no podría continuar siendo como lo era.


Con el paso del tiempo, se comprobó que la super batería era real y, efectivamente, con las indicaciones que se habían distribuido en la red era posible replicar la tecnología. Algunos, sobre todo los dueños de las corporaciones globales, se preguntaron si la tecnología era auténtica, ¿por qué compartirla? Con algo como esto se podría ser dueño de la civilización humana. La respuesta, a pesar de ser obvia, era qué ninguno de los mejores centros de investigación privados, públicos o militares, podían entender cómo es que las cosas funcionaban. Se había compartido solamente la manera de construir algo, nunca el conocimiento con qué se había creado. Eso es algo que los indígenas guardaron para ellos. Pero ello no fue lo único que mantuvieron en secreto. Mediante prestanombres, se adueñaron de los consejos de accionistas de diferentes multinacionales. Así que de un día para otro, sin que nadie se percatara de ello, no sólo se habían vuelto inmensamente ricos, en el sentido usual, se convirtieron en los líderes de facto de la civilización humana. Esto podría ser considerado cómo algo bueno, sin embargo, los indígenas no dejaban ser ejemplo estándares de seres humanos.


Además, hicieron varias cosas adicionales e innecesarias para ‘entretenerse’. Entre ellas fue demandar a las compañías extractivas, que habían intentado despojarlos de sus tierras de las formas viles usuales. Poseían tanto dinero que podía gastar en prestigiosos leguleyos para que los representaran y ganar fácilmente cualquier juicio. Siendo ya dueños de algunas de estas compañías, decidieron jugar un poco con los tipos ‘blancos’, que se habían beneficiado de su propio sufrimiento. Contrataron abogados casi desconocidos (incluso un poco ineptos para la abogacía), formados en escuelas públicas, para llevar sus asuntos legales. Mientras filtraban información de sus ‘propias’ compañías demandadas, veían cómo un sistema de negligencia moral se desmoronaba. Hombres ricos y corruptos se venían abajo en la desesperación de ver que todo lo que tenían se iba como agua.


Luego de ganar relevantes juicios de gran impacto mediático, compraron sus propias tierras a los gobiernos corruptos (que habían apoyado a los poderes fácticos) para que nunca volviera a ponerse en cuestión a quién pertenecían.


Finalmente, en sus nuevos territorios autónomos, crearon varias ciudades-estado llamadas ‘Inti’. La más impresionante de ellas se encuentra cerca de Puno. Un complejo industrial-científico, donde la mayor cantidad del dinero obtenido, de la tecnología compartida y de las maniobras financieras realizadas, se invirtió. Muchas cosas increíbles comenzaron a suceder dentro de esas fortificaciones de altos muros de piedra. Comenzaba a asentarse un nuevo orden.


Como es claro, estos acontecimientos fueron observados con bastante interés y preocupación por varios países, sobre todo aquellos que se consideraban los guardianes del-su orden mundial. Estos, sin darte cuenta de cómo se había llegado a tal cosa, se percataron muy tarde de que el mundo había cambiado drásticamente en los últimos seis años. Y ahora que eran conscientes de ello, intentaban hacer algo para regresar al estado de cosas que siguiera beneficiándolos, pero tal cosa ya no era posible. No tenían tecnología, no tenían reales científicos, no tenían una real cultura, para realizar una contraofensiva. Sobre todo no comprendían lo que era ser parte de las cenizas de una civilización aniquilada. No sabían qué era saberse de un lugar que ha dejado de existir. Ser un cuerpo sin alma, como los indígenas aprendieron a vivir. Para ellos no valía la pena regresar a lo qué se había perdido. Ahora se tenía la oportunidad de recuperar algo de los escombros y dejarlo crecer para que pudiera convertirse en un digno recuerdo.


***


“¡Tú has cambiado nuestro mundo!”, dijo Viridiana enfáticamente. Con una ligera sonrisa agregó: “El futuro puede ser diferente… algo prometedor… algo bueno…”. 


“No”, dije.


“Yo no he cambiado nada”, agregué con una voz tranquila, pero que transmitía mi molestía por pensar que yo había cambiado en algo la condición humana. “Es un juego. Un simple experimento para ver el comportamiento de los  humanos cuando el orden usual es cambiado drásticamente”.


“¡Pero has hecho que el mundo sea mejor!”, exclamó Viridiana con una fuerte voz. “Nuestra sociedad tiene una oportunidad real de cambio. De hecho, ya está cambiado. Un futuro brillante se está asomando… Tal vez esto es lo que Marceline y Sophie querían que hicieras… al ser mejor que todos los que están en esté planeta, tú puedes hacer que nuestra civilización sea más digna…”.


Ella notó la mueca en mi rostro, lo cual pareció molestarle, ya que el gesto parecía dar a entender que para mí sus palabras eran tontas e, incluso, estúpidas. El futuro de los seres humanos es gris. Demasiado deprimente y qué lo más que se podía hacer es reírse de la broma qué eran.


“Si lo consideras así, así podrías ser…”, dije. “Pero debes aceptar que ello sólo es una esperanza hueca”.


“Sé que nuestra civilización puede cambiar a algo ‘bueno’. Incluso, podría quedarse ahí por dos, tres o cuatro millones de años. Y finalmente, después de ese tiempo, se volverá polvo que luego el viento solar de millones de estrellas esparcirá para que sea olvidado que alguna vez estuvo aquí en este punto del espacio. Nada en este planeta es digno de recordarse por sí mismo…”.


“Si algo ha cambiado es sólo la engreída idiosincrasia de una tonta chica presuntuosa, que se creía especial. Que pensaba tener la suficiente inteligencia para comprender el orden natural de las cosas…”.


“¿Qué cosas ‘buenas’ pueden salir de una pasión tan estúpida como la mía?”, le pregunté mirándola a los ojos, ahora con cierta molestía en mi interior.


Al escuchar la pregunta, algo en el interior de Viridiana se colocó en orden.


“Si has hecho todo esto por una mera rabieta, ¿qué es entonces lo que no es humano en tí? Parece que todo en tí sigue siéndolo”, dijo. “¿Qué es aquello qué Marceline y Sophie vieron en tí?”.


“¿Qué es aquello que no puedes deshacerte que te sigue haciendo tan humano?”.


“Lo qué has hecho sólo suena a un humano que se asume como bueno. Cambiando lo qué ‘él cree’ qué está mal”.


“Marceline y Sophie, aprendieron a aceptar sus emociones y lograron entenderlas. Se reconocían como humanos que no podrían aspirar a nada. Habían decidido vivir como lo hace una bacteria, que se mueve buscando sobrevivir todo el tiempo que le sea posible. Sus pensamientos, sus deseos, todo aquello que les hacía feliz, eran meras formas en que las reacciones químicas de su cuerpo les inducía a seguir adelante. Todo en ellas era natural. Un orden superior hacía mover a sus cuerpos para ir a donde la aleatoriedad decidía. Eran parte de un mecanismo que dictó lo que eran. Nada especial. Nada relevante. Nada. Su única originalidad era su deseo de no estar en la realidad. Buscar una manera en que su propio sufrimiento valiera algo. Donde el esfuerzo de su existencia creara algo suyo”.


“Yo tengo el mismo deseo. Salir de esto. Salir de este orden natural. Escapar de la realidad a la que no le importa cuán bueno te consideres, por qué la autodefinición que uno mismo crea para describirse es una cosa artificial, demasiado endeble para resistir a la realidad”.


“Deseo salir de ésto”. 


“Saber qué lo que siento es mío y sólo mío”. 


“Saber qué si un día lo ofrezco, quién lo reciba comprenda que es algo único. Que existe por el deseo de lo qué soy”.


“Saber que lo qué pueda sufrir siempre tendrá un significado. Algo que sea capaz de crear…”.


“Sólo una cosa me impide dejar de ser humano… A pesar de que deseo sentirlo, el miedo de saber qué es finito, provoca que quede estático…”.


“¡Un maldito recuerdo que sigue en mí!”, grité. Mi repentino sobresalto me hizo sentir vergüenza, sorpresa y más despreció a mi mismo. Me obligué a tranquilizarme.


“Aquella vez en que tropezamos y nuestros ojos se cruzaron. Una idea, un sentimiento, una abstracción, me ha causado tanta incomodidad”. 


“La hipocresía más simple y profunda de nuestra civilización: ‘amar’ cuando somos tan egoístas”.


“Nadie en este mundo ha sabido aceptar aquella sensación”.


“Stephanie me contó que Orucso le enseñó un significado más acertado de aquella palabra. Fue difícil para ella aprender a soportar la amplitud de lo qué otros seres en el universo habían comprendido. El pesado contenido de su significado, más extenso de lo que ella concibía, casi destruye su espíritu. Sin la ayuda de él, ella nunca hubiera cambiado”.


“Yo... aquí… después de todo este tiempo… sólo puedo decir que no puedo olvidar aquella ocasión en la que tú y yo compartimos algo… cambié… pero ello me desorientó…”.


Me dejé caer sobre el sillón. Me sentí terriblemente agotado. Aceptar que un simple recuerdo, una trivial idea, una banal emoción, pudiera ser tan profunda, que todo cuánto aprendía o hacía era un intento de alejarme de eso e, irónicamente, me llevaba a sentirlo más.


El enfado de Viridiana se mezcló con nerviosismo, desorientación, incertidumbre. Todo parecía ahora una simple comedia romántica. La vida, al menos la vida humana, me parecía un mal chiste o, mejor dicho, un chiste que nadie de nosotros comprendía por lo que siempre terminaba siendo gracioso por su incoherencia. Algo que entretenía a otra entidad en alguna parte, en este espacio inmenso de la realidad, qué reía y disfrutaba de la confusión de los otros. ¿En dónde radica lo cómico de todo esto?


Luego el sonido del teléfono inteligente de Viridiana nos trajo de regreso al punto incierto donde había comenzado nuestra conversación. Ella lo sacó de bolso y contestó. Su conversación fue breve. Tomó sus cosas, dijo que debía atender algo y se despidió.


Luego de irse, me recosté en el sillón. Me abrigué. Oscuro, se subió y se colocó sobre mis pies. Ambos nos quedamos dormidos. Me sentía demasiado cansado.


No hablé ni me encontré con ella durante un mes.


El tiempo y el espacio volvió a ser el que existía antes de encontrarme con ella. Al menos es lo que obstinadamente me obligaba a asumir. No sentí remordimiento ni deseos de disculparme por las palabras que compartí con ella. Durante los últimos veinte años que habíamos estado separados, siempre tuve presenté las emociones generadas por un pequeño instante fortuito que compartimos. Las analicé metódicamente. Cada cosa qué aprendí, cada lugar qué conocí, cada extraordinaria casualidad que Stpehenie, Orucso, Marceline y Sophie, me mostraron, fueron elementos introducidos en mi cerebro para generar una reflexión sobre el sentido qué debía darle a mi existencia. Fuí consciente de qué no era posible deshacerse de este conocimiento. Me enfadaba conmigo al saberme manipulado por una entidad, que estando muy alejada de mí, entre la profunda oscuridad del cielo cósmico, me observa y registra mi comportamiento. Algo que coloca situaciones a mi alrededor para sopesar mi inteligencia para sortearlas. Era un libro que disfrutaba y con el cual establecía una interesante (y ociosa) discusión en un club de lectura ficcional. Al sentir que estas ideas resonaban en mi interior, me sentía torpe e, irónicamente, tranquilo.


Un día, mientras daba de comer a Oscuro, llegó una invitación, por correo (correo físico), para celebrar el aniversario de la fundación de la preparatoria a la que había asistido. Aunque la escuela nunca había sido nada relevante por sí sóla, resultó que uno de mis compañeros de generación, de nombre Jorge, se había convertido en un famoso científico. Había logrado notoriedad al desarrollar una tecnología biológica para la reconstrucción sintética de tejidos mediante máquinas proteicas, las cuales eran programadas para reparar o eliminar células en regiones específicas del cuerpo humano. Casualmente todos sus logros se dieron en la ciudad-estado Inti, en donde sólo era un investigador más.


Motivado por su éxito, deseaba que otros supieran sobre él y motivarlos a que siguieran el camino de la ciencia para mejorar la condición humana. Quería ‘regresar’ un poco de lo que se le había dado. Que sus antiguos compañeros conocieran el futuro que él estaba abriendo y donde ellos podrían estar. Deseaba dar ‘esperanza’. Un acto simple y trivial del ego humano.


Claro que tal cosa, al menos desde mi perspectiva, tenía una finalidad más sútil. Alguien era utilizado para introducir una situación que permitiera observar el comportamiento de las personas ante ella. También, es necesario aclarar, tenía curiosidad de saber qué tan simples seguían siendo.


Decidí atender la invitación. Deseaba hablar con ella.


***


“¡Hola!”


“¡Mírate! ¡Qué cambiado estás!”.


“¿Recuerdas a aquel profesor que nos dió la clase de Geometría Analítica? ¿El qué tenía un nombre chistoso?”.


“¿Godofredo?”.


“Ese mero…”.


“¿No vino Juan?”.


“¿Juan?”.


“¡Sí!, Juan. ¿No te acuerdas de él?”.


“¿Moreno? ¿El qué ‘cabuleaba’ a todo mundo?”.


“¡Ese!”.


“¿Recuerdas el día en qué se ‘enconaron bocinas’? Después de esa práctica regresamos al salón para la clase de Química. Pero la profesora no se presentó. Por lo que se tenía la hora libre, antes de la última clase del día. La gente comenzó a estar en el chisme, escuchar música o dormirse. Juan tomó algo de pegamento y lo unto en la entrada del salón. Con un encendedor, lo prendió. Los chicos comenzaron a jugar con eso. Se formaron en fila y uno a uno saltaba por sobre el fuego, como si fueran acróbatas de un circo. Uno de ellos se sujetó del canto superior de la puerta y comenzó a balancearse. Era el completo despapaye. Al poco rato, las bisagras de la puerta se vencieron. Los chicos asustados por lo sucedido, levantaron la puerta y la dejaron recargada en la pared. Luego, todos se fueron a sentar y el salón quedó en calma. Después, llegó el profesor de la última clase. Cuando vió la puerta, preguntó qué había sucedido. Nadie dijo nada. Al día siguiente la puerta ya estaba de nuevo sobre sus bisagras”.


“Eso lo recuerdo. Un amigo de la tarde me platicó que los profesores de ese turno habían preguntado sobre la puerta. Nadie sabía nada. Lo cual era cierto. Al final, sólo pidieron a la intendencia que colocaran de nuevo la puerta”.


“Ese Juan era todo un bufón”.


“Lo era”.


“Qué pena no verlo. Me hubiera gustado saludarlo”.


Era el tipo de pláticas que escuchaba entre las personas que habían sido mis compañeros. Recordaban con cariño las bobadas que hicieron cuando jóvenes. Algo usual. Era natural que así se comportarán. Ahora, a pesar de ser adultos, sus pensamientos seguían siendo sólo los de pequeños niños.


Yo recordaba claramente el incidente de la puerta. Juan había sido quién la tiró. Cuando el incidente vino a mi memoria. Busqué información sobre él. De vez en vez, me dedicaba a mirar a las personas de mi pasado. Era claro, que no interesaba saber sobre ellos como individuos particulares, sólo quería ver ejemplos de humanos viviendo un presente y compararlo con su pasado. En el caso de Juan, había formado una familia. Tenía una vida acomodada, trabajaba duro para cuidar y proteger a sus hijos. No había perdido ese gusto suyo de ‘cabulear’ a sus conocidos. Se podría decir que era una persona jovial, de buen carácter. Sin embargo, seguía siendo un ejemplo estándar de la humanidad. Lo cual era la reafirmación usual de la trivialidad de nuestra civilización.


A pesar de recordarla, no intente saber algo de Viridiana. Hasta el día qué volvimos a encontrarnos.


Al mirar a las personas a mi alrededor, mientras caminaba por lo que era el patio principal de la preparatoria a la que había asistido, reconocía a cada una de ellas por su nombre. Aunque muchos de ellos no me recordaran, yo no los olvidaba. Hasta cierto punto parecían ser ‘buenas’ personas. Usuales, pero aceptablemente buenas. Era ‘bueno’ que así fuera.


Luego una chica se me acercó. Era Ilce. Me reconoció. Con un fuerte saludo me preguntó cómo había estado, qué había sido de mí. Le conté cosas estándares. Luego hablábamos sobre ella. Tenía dos hijas, las cuales, casualmente, asistían a esta preparatoria. Ella era profesora también en una escuela del mismo nivel. No pude evitar sentirme alegre de saber que una persona como ella había tenido una vida ‘tranquila’ y ‘aceptablemente buena’. Había conocido a tantas otras personas similares a ella. Sentía un respeto por esa clase de individuos, ya que de alguna manera intuitiva ellos entendían lo poco especiales que eran y por ende sólo se dedicaban a vivir lo mejor que les fuera posible. Sin una necesidad apremiante de pensar en la vida inteligente fuera de este planeta y obsesionarse con querer comprender las leyes abstractas que gobiernan los mecanismos ocultos de la realidad. Vivían tratando de encontrar una trivial felicidad. Sin duda ella era especial por ello, sin que ella misma lo supiera. Otros qué intentaban destacar, como también era usual, sólo exaltaban su estúpida vanidad humana. En cualquier caso, todos eran simples humanos.


Al ver a Ilce sabía que lo único que valdría la pena recordar era su sonrisa, que representaba la suerte de haber vivido un instante ‘aceptable’ en una realidad tan inhumana.


Me despedí de ella. Seguí caminando por mi antigua escuela. Observando a los demás. Tomando notas mentales de algunos aspectos de ellos que me gustaría analizar. Identificando sus cambios. Comprobando lo simples que seguían siendo.


Llegó la noche.


Mientras deambulaba, me pregunté sobre qué estarían haciendo aquellos, mis únicos amigos, en la profunda oscuridad del espacio.


En ese momento me encontré con una persona con la que sentí una enorme cercanía. Desde el momento en que la conocí, no he dejado de pensar en ella. Recuerdo cada una de nuestras conservaciones, que aunque pocas, estuvieron llenas de discusiones, enfados, momentos felices, momentos de incertidumbre, cosas significativas para mí. La vida de ambos era finita y las decisiones que cada uno tomó nos empujaron a seguir trayectorias que se habían separado, pero en un espacio limitado, con cuerpos en constante movimiento, era de esperarse volverse a encontrar.


La felicidad es la ilusión más deseable para seres de un tiempo limitado como nosotros. Sin embargo, a pesar de mi propio deseo no-humano de ser más simple, mi arrogancia de ser diferente me impedía aceptar el deseo de tener eso que parecía tan humano. Como era usual, era lento para comprender la naturaleza de lo no-humano.


La noche anterior a esta, había tenido un sueño.


Los sentimientos que experimenté en él, desbordaron mis sentidos. El clímax de las imágenes sinópticas, creadas por mí, se dió cuando caminando debajo de una enorme Luna Llena, tan brillante, me encontraba con una chica. Al mirar sus extraños ojos y su suave sonrisa, me desperté súbitamente. Aprecié como los latidos de mi corazón eran fuertes, rítmicos y acelerados. Me sentí desorientado e imaginé que una entidad extraterrestre manipulaba toda mi vida para observar mis reacciones. Ésta entidad me había colocado ahí, junto a ella, para reestructurar mi alma y así aceptar el estremecimiento de mi corazón. Ahora, frente a mí, estaba Viridiana.


Pocas veces había sido consciente de que siempre la recordaba. A pesar de tener una imagen precisa de su rostro, de cada una de sus características, no parecía ser algo relevante en la memoria presente de mis pensamientos. Sabía la tonalidad del color de su piel. La manera en que cada uno de sus cabellos se retorcía para formar aquellos caireles suyos. Recordaba el cálido color de sus ojos. El largo de sus extremidades. La curva sutil que define las partes sobresalientes de su cuerpo. Todo lo tenía en mi memoria clara y nítidamente. Sin embargo, al igual que una máquina que carece de interés en su memoria de estado sólido, toda esa información era irrelevante. Esa era la forma en que me comportaba. Sabía que su imagen estaba constantemente presente, no se podía borrar ni ignorar. Y lo cual era una molestía persistente.


El sueño que había tenido, dejó claro qué aquellos seres que obligan a seres inferiores, como yo, a estar en posiciones inesperadas no me dejarían que la olvidara. Siempre estaría alterando mi interior.


Deseé aislarme, olvidar lo qué era, diluirme en el tiempo y el espacio. Dejar de formar parte de los objetos que se mueven acorde a las leyes abstractas de la realidad. Esto era precisamente lo que me impedía dejar de ser yo. Ese sufrimiento trivial de sentir la necesidad de estar con alguien. ¿Por qué? ¿Qué podía ofrecerme ella? ¿Para qué compartir lo qué imaginaba con alguien más? Mi negación a esa emoción me convertía en un ser humano.


Marceline y Sophie aprendieron a hablar con Stephanie. Lograron asimilar los sentimientos que ella sintió al saberse fuera de este planeta. Ella no era humana y su futuro nada tenía que ver con lo que le sucediera a una simple civilización como la mía. La genialidad de Marceline y Sophie, una que surgió después de repetir el experimento mil billones de veces, era saber sentir la desorientación de un ser que no era humano y comprender que esos sentimientos eran la única forma que tenían ellas para salir de un orden que no apreciaba su belleza. Como era usual, todo lo que era excepcional, maravilloso, extraordinario, estaba cerrado a los ojos de cada individuo de nuestra civilización. Su singularidad, que surgía de una repetición incesante, les ayudó a mirar lo sublime de lo real, de aquello que es sólo una ilusión constante.


Ahora, ahí, estaba completamente nervioso, con miedo e incertidumbre de lo que debía hacer. Al verla frente a mí, con su vestido oscuro y usando una chaqueta negra de cuero, con su cabello suelto y unas botas negras, no podía evitar apreciar el contorno de su figura y la armonía de su personalidad.


Al mirar su rostro sentí pena, vergüenza, emoción y desorientación. Quería acercarme más a ella, mirarla con mayor detenimiento. 


En mi sueño cuando nos encontrábamos, nos acercamos y saludamos tímidamente. En el ahora, ella lucía nerviosa y podía notar el sentimiento de incertidumbre que también existía en su interior.


Las subsecuentes palabras que intercambiamos. Los pequeños detalles que nos proporcionamos sobre lo qué habíamos hecho en ese tiempo que no nos habíamos visto desde nuestra última plática. Lucía como una fantasía onírica.


Caminamos juntos por un rato. Luego nos encontramos en la banca donde había chocado. La luz de una lámpara iluminaba el lugar. La oscuridad profunda del cielo permitía ver a las estrellas. Todo parecía seguir el guión de mi sueño. Platicamos por un momento de cosas triviales. Me contó más cosas sobre su trabajo. Luego llegó al punto que sabía que diría.


Habló de la pérdida de la persona que ella había ‘amado’ y lo que representó para su espíritu. Como era usual, al escuchar hablar a alguien sobre aquellos sentimientos, en mi mente aparecían las palabras acertadas que decir, sin embargo los humanos no tenían la capacidad de comprenderlas. Pero yo ya había notado que ella no necesitaba escucharlas. La amplitud y la profundidad de lo que otros seres más virtuosos habían logrado al comprender el significado de esas emociones iba más allá de lo que yo era capaz en ese momento.


Al final llegó a aquello que me causaba tanto estragos.


“Los sentimientos que se presentaron en aquella ocasión cuando chocamos entre estos edificios”, señaló a nuestro alrededor, donde hace 20 años habíamos tenido un accidente aleatorio que ninguno esperó, “parecen que surgieron de forma espontánea. Al principio, sólo experimenté una sensación que no podía dar forma. Como cuando sueñas algo extraordinariamente fantástico y al despertar y querer describirlo, sientes que en la boca están las palabras adecuadas pero no las puedes pronunciar… ¿Qué habría sucedido si hubiera sido capaz de entender mejor esos pensamientos? Ahora, después de todo este tiempo, al volverte a ver, aquella idea, que durante todo este tiempo se había quedado atorada en mis labios, comenzó a dibujarse claramente”.


“Conocer todas esas maravillosas cosas qué has hecho. Todo lo qué has entendido. Sentir tu amabilidad al contármelas y la paciencia de explicarme lo que te han hecho sentir. Esas increíbles ideas qué sólo habías compartido con seres excepcionales a los que tuviste el placer de llamar amigos. Saber que me tratas como uno de ellos, me hizo sentir alegré…”. En ese momento, por el rostro de Viridiana, iluminado por la combinación de luces naturales y artificiales, varias lágrimas caían lentamente por efecto de la gravedad.


“Al mirarte aquí, junto a mí. Me doy cuenta que sigues siendo el mismo tipo peculiar que conocí. No te importa ser juzgado. No te importa juzgar a los demás. Realmente no te importa si la civilización humana desapareciera ahora o si alguien recordará lo que fue este planeta. No te importa el sufrimiento de los demás. No te importa si hoy todas las personas que están aquí murieran al instante. Nada de ello podría darte pena, miedo, tristeza o felicidad. Ya que aceptas lo que la realidad impuso a todos. Te has desligado de casi todo, para acercarte al único deseo que ha tenido congruencia. Ser diferente”. Comenzó a reírse mientras limpiaba las lágrimas de su rostro. 


“Tú indiferencia no puede definirse como algo casual. No-humano. Parece ser que no eres un evento espontáneo. ¡Diablos! ¡¿Por qué suceden así las cosas?!”.


La conversación, observada por lo qué hubiera en el Vacío Central, era tan vibrante, real, algo nuestra y sólo nuestra. Nos manipulaban para aprender. Buscaban contestar sus propias preguntas que nada tenía que ver con las mías o las de Viridiana. Su posición se los permitía y la mía estaba cambiando.


“Ahora, estos sentimientos, desde qué te volví a ver, se vuelven más inquietos. Todo en mi cambia, como cuando el viento mueve las hojas de un árbol. Todo se estremece. ¿Por qué? Tal vez debería ignorarlo… Tal vez eso es lo que debería hacer… Aunque ello sólo sería asumir por necedad que los objetos son estáticos”.


“Cuando me explicas los mecanismos no-visibles de la realidad, parece qué quieres que yo me acerqué a tí. Sé que tú mismo quisieras evitar estar en ese estado. Nunca fue tu intención aproximarte a mí. Ni deseabas que llegáramos a ésto. Ignorarlo sería una opción aceptable. Una posibilidad real. Es tan complicado cambiar el movimiento que se nos ha impuesto. Yo simplemente no puedo evitarlo. Tampoco quiero hacerlo. Deseo estar junto a tí”.


Al escuchar sus últimas palabras, en mi interior se presentó algo que podría describirse como felicidad. Conocía una mejor palabra para describir la sensación que experimentaba, una que no podía evitar más, cómo ella tampoco. Un concepto más elemental y adecuado, uno que fue creado en la oscuridad donde están los recuerdos de todo lo imaginario.


Me acerque a ella.


“¿Recuerdas cuándo mencioné que sólo existen tres personas excepcionales en toda la posible historia de nuestra civilización?”, le pregunté.


“Como suele ser de incongruente la realidad, al menos en apariencia, yo tengo la fortuna de ser el único, en toda nuestra civilización, qué ha podido hablar con ellas”.


“Marceline y Sophie conocían y entendían mis anhelos. Mi deseo ser diferente, olvidar todo lo humano que está dentro de mí para poder ir a lugares y tiempos irreales, en donde pudiera ser algo auténtico, algo ‘coherente’”.


“Sé lo mucho que ellas me aprecian y agradezco profundamente todo lo que han hecho para qué yo pudiera lograr mis sueños”.


“Ellas sabían, con su natural genialidad, que era incapaz de avanzar yo sólo. Mi condición natural me lo impedía. No importaba que tanto me esforzará. No importaba cuánto conocimiento asimilará sobre las estructuras abstractas de la realidad. Había algo en mí que me hacía torpe”.


“Aceptaba qué no era especial. Aceptaba la miseria de mi vida. Aceptaba el sufrimiento banal al que era sometido. Aceptaba lo ridículo y cómico de mis deseos. Reconocía aquello que me mantenía siendo humano. Tercamente me negaba a reconocer que tú eres la única persona que deseo dentro de mí y quién puede decidir qué tan lejos puedo ir”.


“Tú eres quién me daría la oportunidad de salir de la realidad”.


“Ese sentimiento dentro de mí, que encerraba, no lo podía aceptar ni comprender. Fuí incapaz, debido a mi propia inmadurez, de reconocer lo singular que eras. Sin darme cuenta conocí, hace 20 años, a uno de los seres más increíbles de este planeta”.


“Nos sucedió lo mismo que a Stephanie... Es claro que nadie, aquí o allá”, señalando al cielo, “es capaz de saber qué nos manipula realmente. Puede ser que el Vacío Central nos cambie o qué algo más esté ahí para colocarnos en situaciones inesperadas”.


“Cada pequeño fragmento de lo que somos y dejamos en el otro. La intensidad de estas emociones que se mueven por nuestro interior. Cada instante que cambiamos y damos un paso hacía lo desconocido, a la incertidumbre. Todo ello es tan no-común. ¿Quién lo puede reconocer? ¿Quién puede darse cuenta de lo qué expresamos? ¿Quién ha logrado escapar de la realidad, de su oscuridad que todo lo rodea y todo lo consume?”.


“Lo único que puede hacer por esa extraña criatura, es enseñarle todo lo que comprendo e imagino. Darle lo que soy para que ella luego decidiera si yo puedo aprender algo de ella y, finalmente, permitirme acompañarla como un pequeño guijarro de un mundo que ha desaparecido hace tanto tiempo”.


Me acerque más a Viridiana, incline mi cabeza lentamente hasta apoyarla ligeramente en su hombro izquierdo.


“Espero ser capaz de enseñarte bien y luego tú me muestres lo que tanto he deseado conocer”.


***

¿Qué recuerdas del pasado?


¿Hay algo que deseas preservar?


O, ¿existe algo que anhelas olvidar?


Preguntas cuyas respuestas definen el tipo de ser que has construido hasta el ahora.


Es interesante pensar qué somos especiales por asumirnos capaces de contestarlas. Ya que ello demostraría la valía de nuestra existencia. Suena ‘bien’. 


Alguien me enseñó la palabra ‘kuaka’, con lo cual aprendí a sentir qué el deseo de querer contestar a tales cuestiones es la forma más simple de la soberbia desmedida que siempre caracteriza a los seres más tenues de la realidad, quienes creen que su sufrimiento tiene algún significado.


En un entorno tan amplio, tan antigüo, y, sobre todo, tan inmisericorde, todas las acciones, deseos y sueños, que manifiestan las pequeñas criaturas son sólo demostraciones de lo que son en realidad. Nada. NAda. NADa. NADA. NADA^NADA. Es decir, nada.


Aquello que se diluye en el tiempo y aquello qué sobrevive a él, estarán en el centro de todo. En el gran Vacío Central.


Pensar en ello, aceptarlo, hacerlo de uno, sentirlo vibrar en el interior vacuo del alma, resulta ser un medio idóneo para comenzar a ser diferentes. Un paso para salir de la Realidad.


Un día, entra la oscuridad del espacio, donde todo lo que se imagina nunca deja de soñarse, la posibilidad de encontrarme con aquellos que me enseñaron a comprenderlo, a pesar de ser infinitesimalmente insignificante, se volverá real.


Repetir el experimento un billón de billones de veces para obtener una amigable sonrisa.